Desde mediados de marzo que se inició el estado de alarma, pocas, por no decir ninguna, han sido las empresas que han podido seguir realizando su actividad con normalidad. La mayoría de ellas bien han tenido que echar el cierre temporal, bien se ha optado por el teletrabajo, en aquellas en que las características del trabajo a realizar lo permitían.
Pasados dos meses desde entonces, tuvimos que empezar a readaptarnos a nuestra antigua rutina y muchos de nosotros descubrimos que en el refugio de nuestros hogares no se estaba tan mal y que nos asaltaban incertidumbres e inseguridades a la hora de ponernos en la calle tanto para realizar actividades de tipo lúdico y socializador, como para volver a nuestros centros de trabajo. Con respecto a esto último, algunos de nosotros descubrimos, tanto empleadores como empleados, el verdadero significado de la ergofobia, o lo que es lo mismo el miedo al trabajo.
Han sido numerosas las encuestas realizadas en estos últimos meses por diferentes entidades relacionadas con el mundo del trabajo y la empresa. En todas ellas, se daban altos porcentajes -rondando el 60%-70%- de personas que deseaban volver a sus trabajos o empresas, pero con una preocupación clara por su propia seguridad una vez que abandonan sus domicilios.
Es por ello que, añadido a ese deseo de volver a las rutinas laborales de antes de la pandemia, siempre encontramos la coletilla de “pero con las medidas de seguridad adecuadas para no contagiar ni ser contagiados”.
De esta manera, entre las medidas más populares que los encuestados mencionan, encontramos los archiconocidos uso de mascarillas y distanciamiento interpersonal de 2 metros mínimos, pero también medidas como el control de temperatura corporal a la entrada diaria en el centro de trabajo o el control de accesos con medios que no supongan un contacto físico entre personas o con algunos objetos que podrían llevar a potenciales contagios del virus.
En todo caso, correspondería al empresario la implementación de medidas como la colocación de mobiliario o mamparas de separación para garantizar la distancia mínima social en el centro de trabajo, la colocación de cámaras térmicas que captan la temperatura personal y las diferentes variaciones de la misma, o medidas en el control de accesos más sofisticadas que los tornos que se abren con tarjetas identificativas o que la identificación por huella dactilar. Existen sistemas que ya algunas grandes empresas tienen incorporadas, como podrían ser los sistemas de identificación por iris o reconocimiento facial, pero que todavía queda mucho para que lo veamos como algo normal. Si no tenemos estas medidas ni posibilidades para integrarlas en nuestras empresas, nos queda la continua limpieza con cloro con personal para llevarla a cabo.
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